No sé si aquello fue una señal o no, pero yo me moría de ganas de besar sus labios, de que aquella maravillosa tarde acabara de la mejor forma posible, pero el miedo me ganó, se apoderó de mi y yo no pude hacer nada para impedirlo.
Ahora pasan y pasarán los días, los meses y quien sabe si los años y me arrepiento. Me arrepiento sin dudas de ese instante de cobardía en el que todas las puertas se me cerraron de golpe, quedando atado de brazos y piernas en aquella incómoda silla.
Quién sabe hasta que punto puede cambiar la situación, si habrá otra oportunidad como aquella. Todas las noches me consuelo pensando en el destino, ya que si tiene que suceder así será, lo planees o no, pero en otros momentos el sentido común me gana, ya que nada me garantiza que esto vuelva a suceder. Acostado en mi cama me martirizo pensando en aquel paso que no di y que no sé si al final podré dar algún día.
Me he prometido no desperdiciar más señales como esa y confío en que dentro de un tiempo llegue y como así sea la cogeré con todas mis fuerzas, y la exprimiré al máximo, sin lugar a dudas. A fin de cuentas, como dice el genio Sabina: "A menudo los labios más urgentes no tienen prisa dos besos después".
Pedro David Dato
¿Imposible?
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